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Muchos en los EEUU están inconscientes de la conexión entre los y las refugiados huyendo de Honduras y la lucha allá por justicia ambiental.
Por Meghan Krausch
En un grupo de casas aisladas en un bosque de pino en las montañas de San Francisco de Locomapa, Honduras, en el territorio ancestral del pueblo Tolupán, asisto a la ceremonia para levantar los espíritus de Juan Samael Matute y José Salomón Matute. El evento es cuarenta días después de su doble asesinato.
Samael y Salomón fueron asesinados el 25 de febrero en el bosque de pino que defendían ellos junto con unos otras y otros miembros de la comunidad Tolupán. Como parte del Movimiento Amplio por la Dignidad y la Justicia, ellos y ellas se han opuesto a la tala desmesurada por empresas privadas, quienes reciben asistencia directa de la agencia hondureña el Instituto de Conservación Forestal (ICF).
Samael y Salomón son el séptimo y el octavo asesinato de esta comunidad extremamente empobrecida históricamente, la cual está profundamente dividida por la lucha por el derecho a la tierra y por la intervención del dinero empresarial en la política local. Líderes del Movimiento han sido amenazados y judicializados por sus esfuerzos a defender el bosque. Al mismo tiempo, sus asesinos caminan sueltos por la comunidad, y el Ministerio Público sigue declarando que “no hay novedades” en el proceso judicial de los asesinatos.
Ahora que caravana tras caravana de refugiados salen de Honduras, muchas personas también quedan, enganchado en una resistencia fuerte contra los proyectos extractivistas. Estas están apoyadas acá en los Estados Unidos por militantes que llaman la atención al papel de los Estados Unidos en hacer crecer la crisis hondureña.
La Ley Berta Cáceres, originalmente presentada en 2016 por el Congresista Hank Johnson, Demócrata del estado de Georgia, subraya el papel de la policía hondureña en la corrupción y los abusos de los derechos humanos. La ley reclama la suspensión en la “asistencia en materia de seguridad de Estados Unidos a Honduras hasta que cesen las violaciones de los derechos humanos por parte de las fuerzas de seguridad de Honduras y hasta que los responsables de estas violaciones sean llevados ante la justicia.” Cáceres, una hondureña destacada por su trabajo con el Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas Nacional de Honduras (COPINH), fue asesinada en 2016 por hombres contratados por una empresa que pretende construir una represa en el territorio de la puebla Indígena Lenca.
Las y los participantes hicieron esfuerzos extraordinarios para asistir a la ceremonia de dos días en honor a Samael y Salomón, viajando por horas a pie o abarrotados en camionetas. Había vecinos, miembros del Movimiento Amplio por la Dignidad y la Justicia de San Pedro Sula, dos observadoras internacionales, y el Consejo de los Ancianos del Pueblo Lenca, quienes vinieron de sus propias tierras en Intibucá, Honduras, para compartir el liderazgo de la ceremonia con una delegación cristiana local.
En el centro de la reunión estuvo Ramón Matute, un familiar de las víctimas. Él reporta que recibe regularmente amenazas de muerte desde las mismas personas que mataron a su padre y a su hermano. Muchos en la comunidad dicen que la policía hondureña son poca asistencia, aunque Ramón es uno de los 38 miembros de la comunidad que fueron otorgados “medidas cautelares” en 2013 por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, debido a sus altos niveles de riesgo como defensores de derechos humanos.
Samael y Salomón están enterrados uno al lado del otro en una sola colina, adornada por una pequeña palmera y flores decoran las nuevas cruces. Hay banderas y pancartas señalando la continuidad de la lucha por los derechos humanos y la justicia ambiental, y un anciano se balancea una olla de barro llena de incienso.
En la ceremonia, Ramón habla del martirio de su padre y su hermano, y de la lucha para defender el bosque, el agua, y el territorio ancestral del gobierno y las empresas privadas que los quieren explotar. Compromete con Pascualita Vásquez, la líder espiritual del COPINH quien guía esta ceremonia, para fortalecer la relación entre sus pueblos y trabajar conjuntos para recuperar y proteger sus tradiciones, su dignidad, y importantemente, su autonomía.
La violencia y la represión han crecido en Honduras desde un golpe en 2009, pero las cosas se empeoraron después del fraude electoral del Presidente Juan Orlando Hernández en Noviembre 2017, donde más de treinta personas fueron asesinadas por las fuerzas del estado, sin asumir responsabilidad.
El gobierno de los EEUU reconoció a Juan Orlando oficialmente como ganador de la elección disputada, cuando aún no terminaron es escrutinio, así mismo, EEUU ayuda con entrenar y financiar las fuerzas de seguridad en Honduras. El efecto desalentador de esta violencia se nota por toda la sociedad hondureña en donde, como me comentó una persona: “No tenemos la oportunidad de salir de un luto antes de que estamos entrando en otro.”
Respondiendo de cómo defensores y defensoras de derechos humanos y del medioambiente logran seguir, enfrentado con tanta violencia, la cantautora y periodista Karla Lara, quien era amiga cercana de Berta Cáceres, me cuenta que ella ve la espiritualidad como “una estrategia de lucha, porque la cultura dominante es la cultura de la muerte.”
“Tengo estos pequeños altares de Berta,” dice Karla. “No había hecho los altares antes. No sólo yo, sino muchas personas, estamos buscando una espiritualidad que nos protege. Hay un entendimiento político de la espiritualidad, de la necesidad de protegernos.” Ella describe un rito cotidiano de pasar el humo del palo santo por toda la casa, y especialmente de “pedir a Berta que nos de la capacidad de lectura estratégica política, porque eso es la ausencia más grande de Berta: su capacidad de analizar todo.”
“Tenemos que hacer un compromiso de hacer bella esta lucha y reivindicar la alegría,” dice Karla.
Hay bastantes razones para estar triste mientras soltamos los espíritus de Samael y Salomón, quienes en vida fueron tomadas simplemente por avaricia. Sin embargo el énfasis está en las flores, en las comunidades juntándose a través de distancias grandes, y sobre todo en la posibilidad de una vida con dignidad.