Activistas hondureñes protestan por el “estado de excepción” que suspende los derechos civiles

Resumen: Les activistas* dicen que la medida — implementada como parte de una “guerra contra la extorsión” — en realidad equivale a la criminalización de la pobreza.

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Activistas forman un plantón contra el estado de excepción el 14 de enero 2023 en Parque Finlay, Tegucigalpa, Honduras. Tienen tambores, y sus mantas dicen ¡No se combate la violencia criminalizando la pobreza! y La policia militar es femicida y trans-odiante.
Activistas forman un plantón contra el estado de excepción el 14 de enero 2023 en Parque Finlay, Tegucigalpa, Honduras. Foto: Karla Lara.

En Tegucigalpa, Honduras, un grupo de activistas se reune regularmente los sábados por la mañana para oponerse a una de las nuevas políticas populares de la presidenta Xiomara Castro: el estado de emergencia que suspende parcialmente varios derechos constitucionales fundamentales. La medida, también conocida como estado de excepción, pretende ser una parte clave de la “guerra contra la extorsión” de Castro, un problema importante y estructural en Honduras. Les activistas antimilitaristas, sin embargo, dicen que no se puede avanzar con más militarización y que el estado de excepción equivale a la criminalización de la pobreza.

Al igual que sus contrapartes abolicionistas en los Estados Unidos, estes activistas antimilitaristas a menudo son atacades en las redes sociales cuando invitan a la gente a sus actividades. Les comentaristas les acusan de apoyar la extorsión o incluso de ser mareres. Criticar al nuevo gobierno conlleva el riesgo de ser tachade de derechista, dijo una miembro del grupo, Sofía (seudónimo), que pidió el anonimato por temor a represalias de la policía. Las medidas son populares, dijo Sofía, a pesar de que “se atropellan los derechos humanos”, porque “la gente quiere venganza”.

“Y es entendible también”, agregó. En Honduras como en los Estados Unidos, la violencia es una respuesta popular para enfrentar la violencia.

Siguiendo los pasos de El Salvador

En enero de 2022, Honduras eligió una nueva presidenta, Xiomara Castro. Castro, cuya campaña fue apoyada por muchos de los movimientos sociales del país, es la primera mujer presidenta del país y la primera en ser elegida por un partido no tradicional (LIBRE). La elección de Castro marcó el fin de la narcodictadura que se impuso después de que su esposo, Mel Zelaya, fuera destituido con fuerza de su cargo en 2009, y representada por Juan Orlando Hernández, quien fue presidente por dos periodos.

El período de 12 años posterior al golpe del 2009 se caracterizó por una mayor militarización, debilitamiento de las instituciones civiles, altos niveles de violencia contra activistas, colusión con los narcotraficantes en los niveles más altos del gobierno y la policía, y el saqueo de fondos públicos. En medio de todo esto, los índices de violencia han sido extraordinariamente altos en Honduras y la gente común, especialmente aquellos que viven en áreas controladas por poderosas pandillas o sindicatos del crimen organizado, se ha visto profundamente afectada.

El control de las pandillas y maras en los vecindarios a veces se extiende hasta el punto de decidir por les residentes dónde pueden y dónde no pueden trabajar (básicamente en lugares controlados por una pandilla rival) y controlan otros comportamientos de la vida diaria. La pena por la desobediencia es a menudo alta y violenta.

Entre los efectos de este nivel de control de las maras están los “impuestos” o “cuotas” que deben pagarse regularmente. Según una encuesta reciente (la extorsión casi nunca se denuncia a la policía), les hondureñes pagan alrededor de US$737 millones en “cuotas” anualmente. Este tipo de extorsión, que afecta en particular a personas que trabajan en el sector del transporte como taxistas, es el principal objetivo por el cual se dio el estado de excepción.

Castro originalmente impuso la medida por 30 días, empezando el 6 de diciembre de 2022, incluyendo a más de 200 barrios y colonias de las dos ciudades más grandes de Honduras. Desde entonces, el estado de excepción ha sido aprobado por el Congreso de Honduras y extendido dos veces (el actual vence el 20 de abril), y ahora incluye 17 de los 18 departamentos del país.

En virtud de la orden, se suspenden seis artículos de la constitución hondureña, lo cuales se refieren a la libertad de circulación, el derecho a la libre asociación y reunión, y la inviolabilidad del domicilio. Igualmente, las fuerzas de seguridad pueden realizar arrestos sin órdenes judiciales o procesos judiciales de causa probable, las personas pueden ser detenidas por períodos más prolongados y sus hogares pueden ser allanados y registrados por la policía sin los mismos controles judiciales de un estado de derecho. Poco menos de 20.000 oficiales de múltiples agencias, incluida la Policía Militar (PMOP) creada por el régimen anterior, se han dedicado a este control.

El medio de comunicación independiente hondureño Contra Corriente destacó que el estado de excepción aumentará drásticamente las tasas de detención en un momento en que el sistema penitenciario de Honduras ya está enjaulando a casi el doble de personas para el cual fue construido para albergar.

La idea del estado de excepción sin duda viene del vecino El Salvador, donde desde hace poco menos de un año se renueva un programa similar implementado por el presidente Nayib Bukele, y los hechos son preocupantes. La evidencia sugiere que la vida cotidiana en El Salvador ha mejorado notablemente, incluso dramáticamente, y los residentes se maravillan de las formas en que ahora pueden circular libremente en público sin obstáculos por la violencia, pero estas mejoras tienen un alto costo. Hasta el momento, 64.000 personas han sido encarceladas, según cifras gubernamentales, más del 2 por ciento de la población total del país, y se ha construido una nueva “mega prisión” para albergar a la masiva población encarcelada.

Un informe de Human Rights Watch afirma que al menos 90 personas detenidas han muerto en El Salvador durante el estado de emergencia, pero el gobierno no ha investigado ninguna de estas muertes y abundan los casos de abusos y detenciones de personas inocentes. Les defensores públicos dicen que, en el entorno político y jurídico actual, es casi imposible lograr la liberación de alguien, sin importar su caso o circunstancias.

El modelo salvadoreño es tan popular en Honduras como lo es en El Salvador. “Es normal que la gente se sienta tranquila cuando puede salir de su colonia porque el estado de excepción ha barrido a la gente, pero ¿qué se ha escondido debajo de la alfombra? Lo que no se ve es que gente inocente ha sido detenida, y algunos de ellos no han salido con vida”, dijo la legisladora Claudia Ortiz al medio independiente El Faro, sobre los cambios en El Salvador. “Es impactante saber que tu tranquilidad o la mía se logró a un precio inaceptable”.

Una manta se seca durante un plantón antimilitarista el 10 de diciembre 2022 en Plaza La Merced, Tegucigalpa, Honduras. La manta dice "la policia no te cuida, te roba, viola, asesina."
Una manta se seca durante un plantón antimilitarista el 10 de diciembre 2022 en Plaza La Merced, Tegucigalpa, Honduras. Foto: Karla Lara.

Cuestionando la normalización de la violencia

Desde el inicio del estado de excepción en Honduras en diciembre pasado, un grupo autoconvocado de antimilitaristas ha organizado plantones periódicamente en barrios que están afectados por la orden. Su propósito, dijo Sofía, es “visibilizar el carácter clasista del estado de excepción”. Su compañera, Suli Argentina, dijo que también utilizan estos espacios para compartir los testimonios de todas las formas en que las personas han sido afectadas por la militarización, para que la gente vea que, si bien la extorsión daña a la comunidad, la militarización también causa mucho daño.

Estos eventos han tomado diferentes formas, pero todos han sido en un espacio público como una plaza o un parque donde se reúne la gente de la comunidad o donde se puede ver al grupo facilmente. Muchos de los plantones han tenido actividades artísticas colectivas. En el primer evento, que se llevó a cabo el 10 de diciembre del 2022, trabajaron con miembros de la comunidad para pintar mantas, las misma que se utilizan hasta ahora en los plantones.

Una actividad aparentemente simple como pintar una manta colectivamente puede generar un diálogo sobre el militarismo y el patriarcado, dijo la cantautora popular feminista Karla Lara. Por ejemplo, el grupo pintó una manta en honor a Keyla Martínez, una estudiante de enfermería que fue asesinada en la comisaría en febrero de 2021 tras ser detenida por violar un toque de queda decretado por el coronavirus.

Mientras el grupo trabajaba en la manta, intentaban decidir de qué colores pintarla. Lara recordó que una persona sugirió que la manta se pintara de rosa. Otros participantes entablaron un diálogo, preguntando por qué pensaban que el rosa sería efectivo para humillar a la policía, y finalmente llegaron al punto de que el rosa solo “humilla” porque está asociado con la feminidad. En otras palabras, usar rosa para humillar es, en el fondo, una idea misógina.

Otros eventos han incluido presentaciones de música y talleres de grupos como Batucada AntiCistemica (un grupo que afirma la identidad trans que toca los tambores y tiene un juego de palabras con “cisgénero” en su nombre). En otra ocasión, el grupo antimilitarista se instaló en una plaza central con menos tráfico peatonal pero con alto tráfico automovilístico y colgaron las mantas para que pudieran ser vistas por más personas.

Para la gran mayoría, dijeron las activistas, el punto es crear un espacio en los barrios para cuestionar el militarismo como la solución a los problemas que vive la gente. Al mismo tiempo, dijo Sofía, se ejerce mucha cautela en la forma en que se diseñan los eventos debido a la sensibilidad de los temas y el riesgo de ser tachado del Partido Nacional y de la derecha. “Tratamos de hacer actividades lúdicas”, dijo, “para que tampoco provoquen violencia”.

Argentina dice que espera que el grupo pueda ayudar a la gente a ver “por qué la militarización no necesariamente resuelve el problema desde sus raíces, y así para que la gente empiece a entender que no estamos en contra de medidas para garantizar la seguridad de la población, sino mas bien proponemos que se tomen medidas que realmente aseguran la erradicación de este tipo violencia”.

Les activistas antimilitaristas pintan una manta diciendo "los uniformados matan" el 10 de diciembre 2022 en Plaza la Merced, Tegucigalpa, Honduras.
Les activistas antimilitaristas pintan una manta diciendo “los uniformados matan” el 10 de diciembre 2022 en Plaza la Merced, Tegucigalpa, Honduras. Foto: Karla Lara.

Poner fin a la violencia requerirá mayores cambios en la calidad de vida de todos

Los barrios y las colonias bajo el estado de excepción sufren altísimos índices de pobreza y desempleo. A las personas que están en ellos se les ofrecen fuerzas de seguridad; pero no así atención médica, ni abundante comida saludable, ni arte ni escuela. No solo ha aumentado el tamaño de las fuerzas armadas a lo largo de los años de la dictadura, dijo Sofía, sino que este año también aumentó el presupuesto de seguridad con el nuevo gobierno en detrimento de otros servicios públicos.

Los abolicionistas a menudo han enfrentado pedidos de más policía que hacen las propias comunidades afectadas por el sistema policial. En su libro No More Police, las organizadoras sociales y abolicionistas Andrea Ritchie y Mariame Kaba escriben que entienden estos llamados como “respuestas a lo que se percibe como una amenaza de quitar el único recurso que ofrece el estado para responder a una multitud de problemas”. En cambio, argumentan, la abolición se trata de ofrecer a las comunidades tantos recursos como sea posible, en lugar de la violencia policial igual para todos. El sistema policial es el único recurso que ofrece el estado ante el peligro que experimentan estas comunidades en un contexto de abandono organizado, peligro que es creado y sostenido por la desigualdad y las condiciones sociales.

El mismo estado de excepción “está enfocado en los barrios más pobres… donde la falta de recursos es parte del día en día”, dijo Argentina.

Argentina y otros en el grupo de activistas antimilitaristas enfatizan fuertemente la forma racista y clasista del estado de excepción. Dicen que centrarse solo en los barrios históricamente marginados es clasista, ya que el estado de excepción no afecta a todos por igual, y destacan que la extorsión tampoco se limita a estos barrios y colonias. Además, dijo Lara, limitar la medida a dichos barrios es “instalar la idea de que la pobreza es criminal al implicar que los extorsionistas están en estos barrios”.

Al suspender los requisitos como orden judicial antes de detener, registrar o arrestar a las personas, el único criterio que la policía puede usar es quién les parece “sospechoso”. “Es puro prejuicio”, dijo Sofía. Pero el arresto de jóvenes pobres y de clase trabajadora, dijeron les activistas, también estigmatizará la pobreza ya que sus arrestos conducen a la confirmación de la presunción de su culpabilidad.

Las autoridades hondureñas afirman que no había denuncias de derechos humanos durante el estado de excepción. Las entrevistadas por Truthout confirmaron que tenían conocimiento personal de los abusos policiales, incluyendo la detención de personas inocentes, como resultado del decreto. Una contó la historia de una persona que fue recogida por la policía y dejada en un barrio extraño mientras la amenazaban, en lugar de llevarla a una comisaría.

Las personas con las que habló Truthout no se sorprendieron por la falta de denuncias oficiales. No es razonable, dijo Sofía, esperar que la gente va a la misma comisaría de la misma policía que las ha atacado para presentar una denuncia formal de abuso policial, particularmente dentro de una cultura de gran desconfianza hacia la policía que surge desde la dictadura o incluso de antes.

Estes activistas también dijeron que temen represalias por su trabajo de organización contra el estado de excepción. Si bien no han enfrentado ningún ataque físico por parte de la policía hasta el momento, los miembros del grupo son muy conscientes de que cuando critican el militarismo en Honduras, están provocando a las mismas instituciones poderosas que conservan el poder ilimitado para cometer abusos.

El estado de excepción no ha cambiado fundamentalmente la estructura de violencia, extorsión y narcotráfico en Honduras, según estes activistas, en parte porque la policía y el ejército son una parte importante de dicha estructura. A juicio de Lara, “La cultura abusiva de la policía es la de siempre. Por mucho que digan que estos son los policías del gobierno socialista, que ha habido una depuración, que ha cambiado la dirigencia, al final los policías siguen tan violentos como siempre. Diría aún más. Porque el estado de excepción les da impunidad total”. Además, agrega, todos saben quién controla realmente las drogas en el barrio: la policía.

El expresidente Juan Orlando Hernández enfrenta actualmente un juicio en los Estados Unidos por cargos de utilizar su puesto para facilitar el tráfico de más de 500 toneladas de cocaína. Es un asunto de registro público que su gobierno estaba profundamente enmarañado con el narcotráfico, y se ha establecido, en parte a través de la condena de su hermano, que usó millones de dólares del sistema de salud del país, ahora en crisis, para financiar su campaña de reelección, que fue posible como resultado de un golpe judicial que encabezó. Estos años de corrupción, abandono organizado y la desintegración de la mayoría de las instituciones son una parte importante de la historia de las causas profundas de la violencia en las calles de Honduras.

Aunque el estado de emergencia es popular, este grupo de activistas antimilitaristas no es el único que se opone. El Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH), la organización fundada por la mártir defensora Berta Cáceres, también se ha pronunciado en contra. Su declaración enfatiza que las raíces de la violencia estructural que enfrentan los hondureños no se encuentran en los barrios precarios enumerados en el estado de excepción sino en las instituciones financieras, entre otros actores de élite, y entre las fuerzas de seguridad.

Puede que no haya mejor evidencia de que la estructura subyacente de violencia en Honduras sigue sin ser controlada por el estado de excepción —”que la militarización no sirve para mejorar las condiciones de vida de las personas”, como dijo Argentina— como lo evidencia la racha de asesinatos contra defensores de derechos humanos y de la tierra durante el período de emergencia. Desde fines de diciembre del 2022, asesinaron al menos ocho personas involucradas en movimientos sociales. Además, tres mujeres garífunas fueron asesinadas en enero en Puerto Cortés, zona que se encuentra bajo estado de excepción.

A les hondureños, al igual que para las personas en los EE. UU. y en muchas otras partes del mundo, se les vende un tipo específico de seguridad. Esta seguridad se puede comprar rápidamente poniendo a miles de policías y militares más en las calles, pero requiere aumentar no disminuir el nivel general de violencia, en la medida que la definición de violencia incluya el abuso policial, las redadas y el encarcelamiento.

Kaba y Ritchie escribieron que los abolicionistas deben “confrontar las historias que nos cuentan sobre el sistema policial y la seguridad que no cuadran”, incluida la forma en que “la policía coloniza nuestra imaginación”. Lara menciona, también, que “aprendimos en las series de televisión que la policía hace cosas importantes. Vemos en ‘Chicago Fire’ que además de eso son guapos”. Esto tiene que cambiar, dijo. Pero el trabajo de crear alternativas al sistema policial es lento y no tan fácil de explicar.

Constantemente se vende a la gente soluciones militarizadas y violentas al “crimen”, a través del aumento de las fuerzas policiales y de seguridad en las calles, a través de los programas de televisión y a través de los discursos de los políticos. Muy poco se representan las alternativas complejas, locales, multifacéticas y de cambio de sistema.

“Lo feo [de esta militarización] es que la gente cree que está bien que hagan eso, y que te llevan a creer que está bien eso”, dijo Lara.

Por eso es tan crítico, dicen estes activistas, crear un espacio público para cuestionar la militarización. “Como parte de la comunidad de diversidad sexual y como mujer, tengo muy claro personalmente, que no confío en la policía”. Haciéndose eco de una consigna del movimiento, agregó que la policía “no nos cuida, nos asesina”. Sin embargo, Argentina dijo: “Vamos a seguir luchando por una apuesta por la vida”.


Utilizando un lenguaje inclusivo, he optado por el uso de “e” para eludir las palabras en femenino o masculino.

en el fallecimiento de Aurelia Arzú

(English below)

Ya basta de abrir mi cuenta de Facebook y enterar de otra compañera/o/e fallecida en Honduras por la narcodictadura apoyado de mi gobierno, por la falta de sistema de salud, saqueado por el partido nacional, por los asesinatos de defensoras/es, acelerado por el robo de las tierras, por la precariedad ante huracanes y cambio climático, por la desigualdad, por los múltiples desastres, y por la oscuridad de vivir así.

El mundo ha perdido la compañera Aurelia Arzú. Yo solo tuve una oportunidad de hablar con ella, hace poco más de un año, para aprender sobre las condiciones durante covid en las comunidades organizado con OFRANEH. Sus palabras y su sabia en esta pequeña entrevista me tocaron profundamente.

Unos meses después de que publiqué la entrevista, intenté servir como un puente para una oportunidad para difundir las palabras de la compañera Aurelia en inglés. Pero al final fue imposible por la situación que viven en esta parte de Honduras, por los dos huracanes que hicieron ya más imposible la comunicación hacia afuera.

La compañera Aurelia fue conocida como Patrona, y fue una lideresa importante de OFRANEH por muchos años. Me hubiera gustado conocerla en persona, y me hubiera gustado escuchar más de sus palabras. Pero ya no puedo. Eso me llena de dolor, y de rabia también. No me imagino como se sientan las personas que la conocieron. Les ofrezco a sus seres queridos mi más sentido pésame. Entiendo que su vida fue una vida de luz, de lucha, de fuerza, y de mucho amor, y que eso sería su legado.

I’m tired of opening Facebook and finding out about another compañera/o/e in Honduras who has died because of the narcodictatorship supported by my government; because of the lack of health system, looted by the National Party; by the assassination of human rights and land defenders, accelerated by the theft of lands; by the precarity of hurricanes and climate change; because of the multiple disasters; by the darkness that comes with living with all of this.

The world has lost Aurelia Arzú. I only had an opportunity to speak with her once, a little over a year ago, to learn about the conditions under covid of the communities that are organizing with OFRANEH. Her words and her wisdom in that small encounter touched me deeply.

A few months after I published the interview, I tried to serve as a bridge to an opportunity to publish compañera Aurelia’s words more widely in English. But in the end it turned out to be impossible because of the situation that people are in in that part of Honduras, because of the two hurricanes that made communicating with the outside world even more impossible.

Compañera Aurelia was known was Patrona, and she was an important leader of OFRANEH for many years. I would have liked to meet her in person, and I would have liked to hear more of her words. But now I cannot, and this fills me with sadness, and also anger. I cannot imagine the way people who knew her feel. I offer my deepest condolences to her loved ones. I understand that her life was one of light, struggle, strength, and much love, and that this will be her legacy.

“Nos Están Matando Uno a Uno Nuestro Líderes”

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Mientras mueren lxs defensorxs de los bosques hondureños, en Nueva York se abre el juicio de narcotráfico para el hermano del presidente del país, Juan Antonio Hernández.

Por: Meghan Krausch

“Nos están matando uno a uno nuestros líderes” dijo el mensaje de texto reenviado. El mensaje venía de alguien de la comunidad indígena Tolupán de El Portillo, en la zona rural de Honduras.

La semana anterior, yo había propuesto un artículo sobre nueve personas indígenas en HondurasAlisson Pineda, Wendy Pineda, José María Pineda, Ángela Murillo, Celso Cabrera, Óscar Cabrera, Óscar Vieda, Sergio Ávila, and Ramón Matute, quienes se enfrentan cargos penales por defender su territorio ancestral.

Antes de que pudiera terminar de escribir el ensayo, otro miembro de la familia había sido asesinado.

El 27 de septiembre de 2019, Milgen Idán Soto Ávila fue encontrado asesinado en el mismo lugar donde INMARE, una empresa maderera privada que actualmente está procesando a sus familiares por protestar contra la tala, trabajaba.

Milgen era un joven platicador e inquisitivo de veintinueve años, tenía una presencia constante en el Campamento Digno en Defensa del Territorio Ancestral, establecido por miembrxs de la comunidad que trabajan con el Movimiento Amplio por la Dignidad y Justicia (o MADJ). El objetivo del campamento es parar la tala de la empresa en el bosque de pinos que ha pertenecido a la tribu Tolupán desde que fueron reasentados en esta área, San Francisco de Locomapa, en el departamento de Yoro, en 1864.

Recuerdo bien a Milgen Soto, no solo porque tuvimos una larga conversación, sino también porque cada vez que estoy en Honduras miro con atención a todxs y me preocupo por quién podría estar ausente la próxima vez que regrese. Milgen era un compañero comprometido con grandes ideas sobre cómo crear una sociedad mejor, y compartimos una animada conversación sobre la política global y las contradicciones de sus experiencias en la pobreza extrema a pesar de su derecho histórico a la tierra.

En mayo, escribí sobre Ramón Matute y la ceremonia de levantamiento de los espíritus de su hermano y su padre, asesinados a principios de este año. Poco después de la publicación de este artículo, Ramón y otros ocho miembrxs de la comunidad fueron arrestados y ahora enfrentan cargos penales. ¿Su crimen? “Obstaculazición del plan de manejo forestal.”

A nivel internacional, más de 100 organizaciones firmaron una carta de solidaridad con los defensores de la tierra “condenando la criminalización de las acciones legítimas de protesta”. Aunque Milgen no fue arrestado, fue denunciado formalmente por la empresa maderera.

El 29 de septiembre, antes de haber asimilado completamente la realidad de la muerte de Milgen, recibí noticias del asesinato de otro líder Tolupán. Según los informes, individuos desconocidos le dispararon a Adolfo Redondo. Al principio, esta información fue difícil de confirmar porque, como lo expresó el mensaje de texto de El Portillo, “estamos incomunicados. No hay energía en la zona, no hay Internet”.

Milgen fue la tercera persona asesinada en la misma pequeña comunidad contando sólo este año, y la novena asesinada en el conflicto por la tala desde 2013. Sin embargo, el estado hondureño no ha ofrecido las protecciones requeridas por el derecho internacional, ni tampoco ha seguido procedimientos judiciales penales básicos.

Salomón y Samael Matute fueron asesinados en febrero, pero “no hay ningún avance sustancial en la investigación”, dice Mario Iraheta, representante de las y los Tolupánes en el proceso de medidas cautelares y miembro del equipo legal de MADJ. “Los autores materiales [del crimen] siguen libres en la zona, sin una orden de aprehensión”.

En cambio, los recursos del gobierno se están utilizando para criminalizar a los propios defensores de la tierra, que son todos beneficiarios de medidas cautelares de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.


Si bien es un tema muy mediático, Brasil no es el único país donde los bosques están en llamas. En una visita a San Francisco de Locomapa en abril, el humo de los incendios forestales fue tan grave, que todo un grupo de observadores internacionales del Colectivo de Solidaridad de Acción Permanente por la Paz, incluyéndome, se sintieron enfermos después de una sola tarde allí.

No está claro exactamente quién está prendiendo los incendios, que siempre parecen estar furiosos, pero la salud del bosque y de las y los Tolupánes está sufriendo. Los miembros de la comunidad dicen que sufren de una variedad de enfermedades respiratorias.

Una comunicación de 30 de septiembre lanzado por MADJ preguntaba: “¿Quiénes son los asesinos del pueblo Tolupán?”

“Invitamos a la población hondureña organizada y no organizada a identificar los actores intelectuales de la dictadura, de la violencia, de la desigualdad, del empobrecimiento, de quienes despojan y asesinan,” dice la comunicación. “Y a superar la clásica pregunta que busca ubicar a los autores materiales y a transformarla en ¿quién o quiénes ordenaron y consintieron sus asesinatos?” 

Los cargos contra los miembros del Movimiento no son un caso aislado. Los defensores del medio ambiente de Guapinol han estado detenidos en prisión preventiva durante un mes debido a su oposición a un proyecto minero.

“Los procesos judiciales, junto con la represión activa por parte de las fuerzas de seguridad del gobierno revelan el compromiso de proteger los intereses corporativos en vez de los derechos humanos en Honduras”, dicen en una entrevista por correo electrónico Corie Welch y Alejandra Rincón, las coordinadoras del Programa de Honduras del Colectivo de Solidaridad de Acción Permanente por la Paz. “Bajo el régimen que llegó al poder en 2009, hemos visto una colaboración entre las élites poderosas y el gobierno de Honduras, ampliando las concesiones para la extracción y utilizando la policía y el ejército para hacer cumplir la construcción de estos proyectos”.

La ironía es indiscutible. Antonio “Tony” Hernández, hermano del presidente Juan Orlando Hernández, se enfrenta a un juicio en el Tribunal de Distrito Federal de Manhattan, acusado por el Departamento de Justicia de los Estados Unidos de narcotráfico, lavado de dinero y la coordinación de asesinato. El juicio comienza el 2 de octubre y el presidente Hernández es identificado como “co conspirador 4” junto con el ex presidente hondureño Porfirio “Pepe” Lobo.

Ambos, los dos únicos presidentes que han realizado campañas desde el golpe de estado de 2009 en Honduras, se ha alegado en documentos judiciales haber utilizado fondos de narcotráfico para sus campañas, aunque ninguno de los dos ha sido acusado en Estados Unidos.

Honduras no es simplemente un “estado fallido“; está activamente deformado por intereses empresariales e internacionales. El propio gobierno, enjuiciado por corrupción y narcotráfico, está lanzando cargos criminales contra algunos de sus más precarios ciudadanos por protestar en defensa de su propio bosque. Mientras tanto, los Estados Unidos mantiene una relación fuerte con la administración hondureña.

Los hondureños se movilizan dentro de Honduras. Pero la realidad del imperialismo en Centroamérica significa que el problema de los hondureños sea global. Cambiar la realidad política en su país requerirá un fuerte movimiento de solidaridad en los Estados Unidos. Mientras el gobierno de los Estados Unidos y otros regímenes internacionales otorguen legitimidad a Juan Orlando Hernández, puede permanecer en el poder. El caso criminal actual de su hermano es una prueba de esa legitimidad.

José María, un compañero mayor de la comunidad de San Francisco de Locomapa, tiene un dicho favorito: “La sangre de los mártires es la semilla de la libertad”.

Luchar para Proteger el Bosque en Honduras

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Muchos en los EEUU están inconscientes de la conexión entre los y las refugiados huyendo de Honduras y la lucha allá por justicia ambiental.

Por Meghan Krausch

En un grupo de casas aisladas en un bosque de pino en las montañas de San Francisco de Locomapa, Honduras, en el territorio ancestral del pueblo Tolupán, asisto a la ceremonia para  levantar los espíritus de Juan Samael Matute y José Salomón Matute. El evento es cuarenta días después de su doble asesinato.

Samael y Salomón fueron asesinados el 25 de febrero en el bosque de pino que defendían ellos junto con unos otras y otros miembros de la comunidad Tolupán.  Como parte del Movimiento Amplio por la Dignidad y la Justicia, ellos y ellas se han opuesto a la tala desmesurada por empresas privadas, quienes reciben asistencia directa de la agencia hondureña el Instituto de Conservación Forestal (ICF).

Samael y Salomón son el séptimo y el octavo asesinato de esta comunidad extremamente empobrecida históricamente, la cual está profundamente dividida por la lucha por el derecho a la tierra y por la intervención del dinero empresarial en la política local. Líderes del Movimiento han sido amenazados y judicializados por sus esfuerzos a defender el bosque. Al mismo tiempo, sus asesinos caminan sueltos por la comunidad, y el Ministerio Público sigue declarando que “no hay novedades” en el proceso judicial de los asesinatos.

Ahora que caravana tras caravana de refugiados salen de Honduras, muchas personas también quedan, enganchado en una resistencia fuerte contra los proyectos extractivistas. Estas están apoyadas acá en los Estados Unidos por militantes que llaman la atención al papel de los Estados Unidos en hacer crecer la crisis hondureña.

La Ley Berta Cáceres, originalmente presentada en 2016 por el Congresista Hank Johnson, Demócrata del estado de Georgia, subraya el papel de la policía hondureña en la corrupción y los abusos de los derechos humanos. La ley reclama la suspensión en la “asistencia en materia de seguridad de Estados Unidos a Honduras hasta que cesen las violaciones de los derechos humanos por parte de las fuerzas de seguridad de Honduras y hasta que los responsables de estas violaciones  sean llevados ante la justicia.” Cáceres, una hondureña destacada por su trabajo con el Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas Nacional de Honduras (COPINH), fue asesinada en 2016 por hombres contratados por una empresa que pretende construir una represa en el territorio de la puebla Indígena Lenca.

Las y los participantes hicieron esfuerzos extraordinarios para asistir a la ceremonia de dos días en honor a Samael y Salomón, viajando por horas a pie o abarrotados en camionetas. Había vecinos, miembros del Movimiento Amplio por la Dignidad y la Justicia de San Pedro Sula, dos observadoras internacionales, y el Consejo de los Ancianos del Pueblo Lenca, quienes vinieron de sus propias tierras en Intibucá, Honduras, para compartir el liderazgo de la ceremonia con una delegación cristiana local.

En el centro de la reunión estuvo Ramón Matute, un familiar de las víctimas. Él reporta que recibe regularmente amenazas de muerte desde las mismas personas que mataron a su padre y a su hermano. Muchos en la comunidad dicen que la policía hondureña son poca asistencia, aunque Ramón es uno de los 38 miembros de la comunidad que fueron otorgados “medidas cautelares” en 2013 por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, debido a sus altos niveles de riesgo como defensores de derechos humanos.

Samael y Salomón están enterrados uno al lado del otro en una sola colina, adornada por una pequeña palmera y flores decoran las nuevas cruces. Hay banderas y pancartas señalando la continuidad de la lucha por los derechos humanos y la justicia ambiental, y un anciano se balancea una olla de barro llena de incienso.

En la ceremonia, Ramón habla del martirio de su padre y su hermano, y de la lucha para defender el bosque, el agua, y el territorio ancestral del gobierno y las empresas privadas que los quieren explotar. Compromete con Pascualita Vásquez, la líder espiritual del COPINH quien guía esta ceremonia, para fortalecer la relación entre sus pueblos y trabajar conjuntos para recuperar y proteger sus tradiciones, su dignidad, y importantemente, su autonomía.

La violencia y la represión han crecido en Honduras desde un golpe en 2009, pero las cosas se empeoraron después del fraude electoral del Presidente Juan Orlando Hernández en Noviembre 2017, donde más de treinta personas fueron asesinadas por las fuerzas del estado, sin asumir responsabilidad.

El gobierno de los EEUU reconoció a Juan Orlando oficialmente como ganador de la elección disputada, cuando aún no terminaron es escrutinio, así mismo, EEUU  ayuda con entrenar y financiar las fuerzas de seguridad en Honduras. El efecto desalentador de esta violencia se nota por toda la sociedad hondureña en donde, como me comentó una persona: “No tenemos la oportunidad de salir de un luto antes de que estamos entrando en otro.”

Respondiendo de cómo defensores y defensoras de derechos humanos y del medioambiente logran seguir, enfrentado con tanta violencia, la cantautora y periodista Karla Lara, quien era amiga cercana de Berta Cáceres, me cuenta que ella ve la espiritualidad como “una estrategia de lucha, porque la cultura dominante es la cultura de la muerte.”

“Tengo estos pequeños altares de Berta,” dice Karla. “No había hecho los altares antes. No sólo yo, sino muchas personas, estamos buscando una espiritualidad que nos protege. Hay un entendimiento político de la espiritualidad, de la necesidad de protegernos.” Ella describe un rito cotidiano de pasar el humo del palo santo por toda la casa, y especialmente de “pedir a Berta que nos de la capacidad de lectura estratégica política, porque eso es la ausencia más grande de Berta: su capacidad de analizar todo.”

“Tenemos que hacer un compromiso de hacer bella esta lucha y reivindicar la alegría,” dice Karla.

Hay bastantes razones para estar triste mientras soltamos los espíritus de Samael y Salomón, quienes en vida fueron tomadas simplemente por avaricia. Sin embargo el énfasis está en las flores, en las comunidades juntándose a través de distancias grandes, y sobre todo en la posibilidad de una vida con dignidad.

What Terror Looks Like

More than one year after the post electoral crisis, the terror created by the murders of protestors is still palpable here. Many readers of this blog will be familiar with these killings because you participated last year in an open letter to the families of the victims.

A few days ago Karen Spring wrote this excellent essay on the continued impunity for the killings.

As I mentioned in a previous post, the events of December 2017 & January 2018 are hardly in the past for many Hondurans. These killings were mentioned to me without prompting at some of our site visits, and my general impression both from these weeks on the ground and following social media is of a people where terror has genuinely taken root. I keep thinking of the many histories I’ve read or watched about societies existing under terroristic regimes, and realizing that in this moment I’m visiting one of those societies. And knowing that my friends and others live in it every day.

Nor are these impressions and facts far removed from the United States. Impunity for murdering protestors and the terror it spreads is creating an exodus of people arriving everyday at our border. To say nothing of the direct and indirect support for this terror provided by the US government itself. One example: the US provides funding, training, and “vetting” for various police and military forces implicated in human rights abuses including murder. We are funding terror.

The Songs of the Grandmothers

On Saturday I had the honor of hearing the songs of the grandmothers of COFAMIPRO, the Committee of Families of Disappeared Migrants of El Progreso. These women told us the stories of looking for their lost daughters and sons, who have been lost along the dangerous migrant trail between the US and Honduras or who lost contact with their families once arriving in the US. Rosa Nelly Santos told us about the heartbreaking work of repatriating remains, and how since 2000 she has walked with other mothers along the path wearing pictures of their children and asking around, hoping to find clues of where they were last seen. About the caravans, Rosa Nelly told us that they do not celebrate or agree with the migrant exodus because they would prefer to have people be able to stay in Honduras, but the most important thing is that no one disappears on an exodus. They may still die; but they will not disappear .

The women sang two songs they have written themselves: one for standing outside public offices demanding rights and recognition, and the second for when a person is found. It said “we don’t get tired of waiting.”

Together in a small circle, our Witness for Peace Solidarity Collective delegation cried with these women. We saw their pain, and held it with them for a few moments . We left them reluctantly in a flurry of hugs and smiles, always promising to share their stories.

accompaniment at the graveside

Over the last several days I have been in Honduras with Witness for Peace Solidarity Collective, meeting with the Movimiento Amplio por Dignidad y Justicia (MADJ, Broad Movement for Dignity and Justice) in several different sites and contexts.

It is not an exaggeration to say that many or maybe even all the folks we have met with have been through hell. We visited the Dignified Encampment for Water and for Life at Pajuiles, where participants became choked up telling us about how they were attacked brutally in August 2017 by members of the community further up the hill, who believe they will benefit from the dam project and who have been paid by the company . These water protectors, members of MADJ, also pointed to the nearby home of Geovanny Diaz Carcamo, who was brutally assassinated in front of his mother in the street in the post electoral conflict, January 2018.

From there we met with Magdalena, the widow of Ramón Fiallos, and other members of the Dignified Encampment in Defense of the Jilamito River. Ramón Fiallos was killed when he was shot with live ammunition at a protest and left without medical treatment. Magdalena told us how three days before his death, Ramón told her “If we have to die, I will die for a better Honduras with pride.” She told us that his words inspire her, and that through his death she has learned to lose her fear.

In the Tolupán community of San Francisco de Locomapa, we stood in solidarity alongside a fresh grave. Just one month ago two members of MADJ were murdered defending their pine forest, to which they have territorial rights recognized internationally as an indigenous tribe. The mountainside was burning all around us, an act of aggression against those resisting deforestation and looting, as we stood together. Here in this heavy place we were told by survivors that the struggle is very hard, but no one is crying. Everyone participating understands the risks and is ready to pay it. Words are hard to find in describing this moment standing with a small tribal community that has had 7 of its loved ones murdered over a struggle for natural resources since 2013.

Through these places we have been guided often by Martín Fernández who, as the effective longtime General Coordinator of MADJ, lives his life under ever present death threats. Everytime I say goodbye to Martín, I worry it will be the last.

As a group we have accompanied and met with these communities, humbly trying to offer some comfort through listening attentively to their stories and sharing in their pain as human beings. We have committed to share these stories with an often indifferent public in the United States who knowingly or unknowingly benefit from this theft of resources and life. None of it has ever seemed like enough. But I have written before about the small powerful webs of solidarity and continue to hope that although it is not, and can never be, enough, solidarity with others is the most powerful tool we have.

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How to take action in solidarity with the Honduran people

Worrying about Others Is Nothing to Fear


Every day I think about my friends in Honduras and I worry about them. I wonder what they’re doing and if they’re OK, and I wonder if they’re worried about today or tomorrow. Then I worry and wonder about my friends in Argentina who I haven’t seen in a little longer. I feel bad that I owe them a visit and I am concerned that I have lost touch with some of them. But most of all I worry about how much they’re being affected by the deepening crash of the economy, increasing social repression, and overall sense of crisis reaching infamous 2001 levels. I also think about how I owe my good friend in prison a letter, and I wonder how he’s getting along too, and I hope that he knows that my longer than usual stretch without communication doesn’t mean that I’m not thinking of him often.

I feel connected to these folks, and my worries are personal rather than abstract. The problems they face—in the form, often, of risk to their lives—are elements of large social problems of the kind many of us read and hear about in the news. The visibility of these problems happening to people who are faraway makes both the people and the problems seem invisible. But they are not abstract social problems. They are everyday problems faced by real humans. They are the concrete problems faced by my living breathing friends, even if these concrete problems are overwhelming oppressive social structures.

It seems to me that I also know many people who have refused to face or even acknowledge these problems. Their reaction, it seems to me, is one of fear. They fear, perhaps, becoming sucked in to the sense of worry that I described above. They fear, perhaps, becoming overwhelmed by the extent of the world’s problems. They fear, perhaps, their sense of helplessness. It is true that “you can’t help everyone.”

But I wouldn’t trade my constant sense of worry and obligation for the disregard or the protective ignorance or the fear or whatever it is that stops people from engaging. Despite the fact that injustice will never be solved, I know that I am connected horizontally in relationships with others that are mutual, loving, and creating alternatives everyday to the systems which tear us down. I am engaged in nurturing myself and others. I know that I am not hiding from reality.

Every week I try to do what I can. It is overwhelming, and so I try to work first on the corner of the giant puzzle of injustice closest to me, while keeping the whole picture in front of me and making sure that my piece will still be able to connect. I work on always increasing my network of solidarity and especially its diversity. And I try to hand puzzle pieces to passersby, who happen to know me but no one else, and get them involved too, and I guess this for me is also part of how solidarity works.

Sometimes I fail, but every day I worry and I make all the room in my life I can to change the world. I reflect, I criticize, and I work at it. I know that I am obligated to others because my humanity is bound up in theirs. Without them, I am not fully human.

The Refusal to Die Quietly

Many of us in the US may have seen and been shocked by images or stories of the migrant caravan’s march to the border on Sunday and the repression they faced. It can be hard to understand what’s going on, particularly because historically we haven’t received good information here in the US about Latin America. For example, although the United States has a military base in Honduras, none of the major news outlets has a reporter based there. If we are very honest though, it is also true that part of not knowing what is going on with other people in places “like Honduras” is part of not wanting to know what is going on. Sometimes as human beings we don’t know the details about the rest of the world because we don’t connect the dots that we can see.

I want to share in full the quickly and powerfully written testimony of my friend Amelia Frank-Vitale who witnessed Sunday’s experience on the border between Mexico and the US. Amelia lives in San Pedro Sula, studying the effects of deportation there, and has accompanied the caravan on part of its journey. Amelia witnessed Sunday’s teargassing:

“today was heartbreaking. my country, the one with the most powerful military in the world, used that power to overwhelm a group of people in search of safety and a better future for themselves and their children. I know, I know. the US is in no way the promised land. But, people deeply believe that their lives would be a touch easier, they could breathe a bit calmer, if they could just make it to the other side of that damn ‘fence.’

there was no getting there today. first, mexican police blocked off street after street, dividing the group and confusing what had been planned as a straightforward, peaceful protest near the pedestrian crossing point. instead, after trying to dialogue with the police, people split off, using side streets, no one totally sure where they were headed, but all hoping to be able to get near (or through) the check point.

when one group neared the ‘fence,’ the US border patrol and armed police fired tear gas and rubber bullets. that group dispersed. on the other side of the canal, well into Mexican territory, the US once again fired tear gas and rubber bullets into the crowd. this time, they hit people. there are at least five people wounded from impacts from rubber bullets and spray-paint can-sized gas canisters. this includes a foreign journalist and [my friend].

when I saw my friend bleeding profusely from the back of his head, all I could think was – fuck. my country did this. i took him to the hospital, he got some stitches, and he will be fine. thankfully. but seriously, this is the response to a few thousand people in flip-flops, many of them pushing baby carriages, trying to get in to the US?

my eyes still burn and I have that rough cough that comes from inhaling tear gas. but mostly, i feel heart broken and angry. at one point we traipsed across the canal that is (was?) the Tijuana river. There’s a small stream of waste water and a good part of the canal bed is kind of sticky muddy with sewage sludge. after walking across Mexico, people literally walked through shit today for a peek into the United States. That they were met force and cruelty by my country makes me so very ashamed.

I’ve heard reports that the march, and the actions of the caravaneros, wasn’t peaceful. that’s bullshit. peaceful is not a synonym for submissive. peaceful doesn’t mean you have to put your head down, accept shit, and thank the people stepping on your neck. people changed routes, jumped over fences, climbed up hills, and scrambled onto a parked freight train. a few people threw a few stones. some of them tried, desperately, to climb the wall. the only group of people using real force today, the only people really threatening violence, were the border patrol and police.”

Throughout the months the caravan has been traveling, I have found myself increasingly anxious about what will happen to these refugees/caraveneros once they arrive here in the US and the potentially deadly violence they will face on the border. I suspect it’s easy for a lot of us, from our variously privileged vantage points within the US, to worry about the possibility that people will be killed in a large standoff like this one. We know that permission to shoot has been granted. Although we might admire their bravery, we might then be tempted to take our worry and to be concerned at the risks the folks in the caravan are taking by approaching the border en masse like they did on Sunday.  It’s certainly true that there are people who are blaming the migrants for the use of force, although none of them might be reading this blog.  But would we feel better if these folks died en masse quietly in a shelter in Tijuana? What about if they died back in San Pedro Sula, as Amelia has also written about? What about if they died silently, individually on the migrant trail?

As they have been asserting all along, the migrant caravan/exodus is once again banding together for safety and visibility. Hondurans, Guatemalans, and Salvadorans are dying regularly as a result of US policies whether we see them being attacked on the news over Thanksgiving weekend or not. What is powerful about the migrant caravan is that we are being forced to see it.